Este miércoles os traigo una crítica de una película de Jane Campion.
Bright Star ha pasado desapercibida al gran público, pero se trata de una obra maestra del género biográfico. Si os gustan los clásicos literarios y el cine independiente, no os podéis perder esta gran película. narra la biografía del poeta
John Keats en sus últimos años, y su relación amorosa más intensa y duradera.
Podéis ver el tráiler
aquí.
Bright Star cuenta los últimos años de vida de John Keats, haciendo
especial hincapié en la relación que mantuvo con Fanny Browne. La película
muestra cómo, aunque en un principio no se interesaban en absoluto por el otro,
gracias a la poesía de él llegan a conocerse y a amarse intensamente, a pesar
de lo inconveniente que resulta su unión y plantando cara a sus familiares y
amigos, que se oponen a la misma por diferentes razones. Así, la cinta narra la
relación desde el momento en que se conocen hasta la muerte del joven poeta.

Se trata del cásico esquema de
película romántica, con amantes que luchan contra viento y marea para lograr
estar juntos, y en la que parece que la naturaleza no hace sino ponerse en el
camino de la relación. Sin embargo, Jane Campion toma estos elementos tan
utilizados y logra crear una hermosa historia en la que la poesía sirve a la
cez de excusa para la relación y de alimento para la misma.
Llama la atención de forma
positiva la magistral ambientación de la película. El espectador se traslada
desde el principio a los jardines ingleses del s.XIX con asombrosa facilidad.
La directora consigue este efecto mediante pequeños detalles que hacen la
acción mucho más real.
Habitualmente, en las películas
todo ocurre por una razón. Hasta la más mínima acción tiene su causa o
consecuencia en el hilo argumental de la ficción. Por ello, introduciendo
pequeños detalles aparentemente insignificantes y sin función argumental,
Campion hace las escenas mucho más reales, creando así una complicidad con el
espectador. Buenos ejemplos son, por ejemplo, el constante aire despistado de
Keats o los pequeños juegos y escenas cotidianas que aparecen a lo largo de la
película. Estas pinceladas, que aparentemente no tienen ninguna trascendencia
para el desarrollo de la película, favorecen a la creación del ambiente
romántica de la Inglaterra de principios del s.XIX. El excelente trabajo de
fotografía también contribuye de manera espectacular a sumergirse en una época
tan sombría como magnífica.

La interpretación de los actores
es excelente. Ben Whishaw (el inquietante protagonista de El Perfume) encarna el poeta Keats, dándole un eterno aire de
despiste que lo convierte en un personaje entrañable, real y cercano; mientras
la australiana Abbie Cornish da vida a Fanny Browne, la obstinada prometida del
poeta. Ambos han sido nominados a varios importantes premios del sector por su
trabajo.
Pero lo que sin duda destaca en Bright Star son los personajes
secundarios. Sobre todo el mejor amigo de Keats, interpretado magistralmente
por Paul Schneider. El aún desconocido actor constituye un señor Brown los
suficientemente peculiar como para resultar creíble y alejado de tópicos, pero
no lo demasiado excéntrico como para chirriar. Podríamos decir que es el
villano de la película, ya que se pasa las dos horas que dura el filme
intentando separar a la feliz pareja, y por si eso fuera poco, deja embarazada
y rechaza a la doncella. No obstante, el respeto y el afecto que siente por
Keats logra humanizarle, y hacer de él un personaje tremendamente complejo. El
resto de papeles secundarios, sin destacar tanto como Brown, forman parte, como
ya hemos comentado antes, de una magistral ambientación. Aportan un toque de
realidad gracias a sus comportamientos y vestimentas habituales de la época,
que crean el escenario propicio para el desarrollo de la historia.

Como ya hemos comentado, son los
detalles los que crean una película de gran calidad. Sin embargo, son
precisamente estas pequeñas cosas las que hacen que la películas resulta quizás
demasiado larga. La directora crea tal sensación de realidad, que el argumento
se desarrolla de forma excesivamente lenta, tal y como sucede en la vida real. En
sobre todo en la segunda mitad de la película cuando se empieza a hacer pesada,
además de predecible. El final se ve venir a partir de los primeros 60 minutos,
y resulta innecesario ver otra hora de escenas de amor correspondido pero
trágicamente imposible por las circunstancias, todo ello aderezado además con
empalagosos recitales de poesía.
La directora neozelandesa nos
trae, por lo tanto, una cinta romántica con una potente carga visual y
excelentes interpretaciones, pero con pocas sorpresas en el argumento. Al igual
que hizo con El Piano, en esta
ocasión también ha logrado numerosas nominaciones a diferentes premios
internacionales, bastante repartidas entre actores y técnicos, pero no alcanza ni
de lejos la grandeza del clásico de 1993.